CRÓNICA: CAOS EN EL ESTADIO AZTECA POR SUPUESTOS BOLETOS FALSOS Y CLONADOS EN EL CONCIERTO DE BAD BUNNY
Ciudad de México a 22 de diciembre del 2022
Por: Marlen Hernández
Ya es viernes, y este es particular, es el 9 de diciembre de 2022. Son las diez de la mañana, abro los ojos con calma, total, hoy regresaré a mi cama después de media noche. Mi casa está en Ixtapaluca, Estado de México. Antes de levantarme, le pregunto al Google Maps cuántas horas me echaré entre mi casa y el Estadio Azteca, me espera un fin de semana de puro Bad Bunny. Aprieto el play…
"En la calle ando suelto
Pero por ti me quito
Si tu me lo pides
Yo me porto bonito"
A medio día tomo la combi rumbo al paradero del metro La Paz. En el trayecto reviso mi teléfono celular, mi WhatsApp está que arde con mensajes y audios de los grupos de trabajo:
-Se chingaron los que van trabajar el concierto de Bad Bunny, porque se va a poner pesado-
Hago cinco transbordos en el transporte público para llegar al Estadio Azteca. Entre combi, metro y camión, hago una excursión de cuatro horas y media, ya me acostumbré.
Son las cuatro treinta y cinco horas. Me dirijo a la Puerta 1, donde fui asignada para trabajar a través del sistema de OCESA, que desde su página anunciaba para nosotros sus trabajadores que la apertura de puertas se efectuaría a las seis de la tarde. Camino rodeando el Estadio, hay muchos vendedores ambulantes, muchos puestos con mercadería: que si gorras, sombreros, ropa extravagante, que si vasos decorativos, tenis, llaveros, almohadas o pancartas, de todo. Y no puede faltar la venta de garnachas para degustar, para comer antes y después del evento. Me gusta tanto Bad Bunny que siento como si yo fuera a disfrutar este concierto; siento una enorme emoción, como si yo fuera parte del público. Pero no me imagino lo que nos espera más al rato.
Casi al llegar a la Puerta 1, se me acerca un revendedor de boletos y, sin importarle que traigo mi uniforme – voy vestida toda de negro y con la credencial del trabajo–, me dice:
- Compra tu boleto amiga, más barato que la carne de gato-
- No gracias, no me interesa
Sigo caminando. Más adelante observo a una mujer alta, delgada, güera, cabello castaño, ojos color marrones oscuros, que le pregunta a uno de los revendedores —¿cuál es el precio de los boletos?
Y al momento que escucho el precio de los boletos me digo en voz alta:
- ¿$9,800 pesos por un boleto, en gradas y sin ver nada, y todavía que salgan con la chistosada de que al ingresar les escaneen el boleto y resulte que sea falso o clonado?-
No me doy cuenta de si me oyeron o no, ya voy tarde. Me vuelvo a colocar los audífonos..
"Ey, ey, tú no ere bebecita
Tú ere bebesota, frikitona, má se te nota"
Pienso que, al haber tanto revendedor, todo va a ser un completo desastre, y las personas que siguen comprando ese tipo de boletos.
Ingreso por fin por Puerta 1, paso lista, otro lobito me hace entrega de mi playera color azul marino con letras color fosforescente con la leyenda: OCESA, y me formo en la fila de control de accesos. Es el punto donde empieza a funcionar el mecanismo de seguridad que determina quién tiene permiso para ingresar a los eventos. En esa ocasión, para validar y checar sus boletos del público para tener accesor al evento y poder disfrutar de su estancia en el inmueble, los boletos son; duros/ físicos, boleto TicketFast/impresos y boletos digitales.
Treinta minutos más tarde, él lobito que hace la labor de coordinador me asigna el lugar en el que me toca trabajar, para mi suerte, me ha tocado en un lugar no tan conflictivo, las rampas 6 y 7, ya que para quienes les ha tocado en las puertas principales será un reto y dificultad, por el tipo de evento que es. Preocupada junto a mis compañeras, nos estamos preparando psicológicamente para cuando se nos junte el golpe de gente y hacer de la mejor manera nuestra labor.
A las meras seis de la tarde, han abierto las puertas. Por el radio inalámbrico escucho cómo es que apenas iniciando, ya hay un desmadre en las dos entradas principales: Tlalpan e Insurgentes. Hasta el momento todo marcha bien, el ambiente está tranquilo, el aire contaminado de la ciudad que estoy inhalando desprende una brisa fresca. Percibo el olor de la comida de los puestos que están cerca de mí: los jochos, los choripan, las sopas maruchan, los tacos de cochinita pibil; se me está haciendo agua la boca con solo sentir el olor a comida, y con la sed que traigo, se me antojan las chelas que lleva el público para disfrutar aún mejor.
Transcurre el tiempo, ahora son las siete treinta de la tarde, y el ambiente se comienza a poner pesado y tenso por el público que ha pasado el primer filtro y, al llegar al segundo, sus boletos ya no están pasando, a la hora de escanear el código de barras me marca la leyenda: inexistente, duplicado, que ya han sido utilizados. Antes de descartar por completo sus boletos, me aseguro que realmente hayan adquirido su boleto en la página oficial o centros de Ticketmaster, de manera que comprueben que realmente son los titulares de los boletos, la mayoría se está justificando diciendo que no tienen el comprobante de pago y otros tantos han aceptado que cayeron en las garras de los revendedores. El público se está comportando de manera grosera, insultando a todo el personal de control de accesos, realmente no es culpa de nosotros que hayan adquirido boletos en esas condiciones. Ver llorar a los y las fans que quieren ingresar y no poder dejarlos pasar porque reglas son reglas, me da nostalgia en ese momento, pero tiempo despues ya me he molestado y ya no siento consideración por ellos.
Después de unos minutos, un hombre de aproximadamente unos treinta años de edad, de acento extranjero, alto, delgado, güero, ojos de color verde y en estado de ebriedad, se abalanza sobre una de mis compañeras, queriendo intimidarla, la ofende de manera verbal y física, jaloneándola del brazo, la quiere golpear porque su boleto no cumple con las normas para poder ingresar al concierto. Me siento molesta por presenciar esta situación y me acerco para ver si mi compañera se encuentra bien. Posteriormente solicito el apoyo de mis compañeros de seguridad y PBI (Policía Bancaria e Industrial), pido hablar con mi supervisor para checar esa situación y optaron por retirarlo del evento. No era la primera vez que lo había hecho, anteriormente, en otros accesos del Estadio Azteca, ya se había presentado la misma situación, y las compañeras no hicieron nada, porque no lo vieron tan “relevante”, ya que mencionaron que no se había puesto tan agresivo hasta ese momento.
A estas horas del evento ya me siento súper enfadada, no he comido en todo el día y estoy arrepentida por estar aquí, en el segundo filtro, para que puedan ingresar al concierto, mi paciencia se agotó y mis ganas de querer trabajar aún más. Llegó la hora del concierto, todo se encuentra un poco más tranquilo. Por fuera del estadio, familias, amigos y novios que se quedaron sin poder entrar, lloran sin consolación, gritan y hacen circo, maroma y teatro para que los deje pasar, pero eso no es posible. Luego de unos minutos el personal de seguridad está comenzando a desalojar a las personas del inmueble, ya que sus casos no tienen solución.
Ha comenzado el concierto, son las ocho cuarenta y cinco de la noche y ya me encuentro agotada, cansada de estar parada. De repente, escucho los gritos eufóricos que recorren la rampa 6 y 7, los fans gritan a todo pulmón: -¡Bad Bunny, Bad Bunny, Bad Bunny!-. Ya ha comenzado la noche de su concierto. En el interior del Coloso de Santa Úrsula se veían muchos lugares vacíos sin importar lo que sucede afuera, ha iniciado con la canción Moscow Mule, y está haciendo vibrar todo el Azteca. Mientras que yo canto, bailo y tarareo cada una de las canciones que Bad Bunny va interpretando de acorde a la playlist que trae para su espectáculo, sigue un relajo afuera de las instalaciones del Estadio, eso no es impidemiento para mí, disfrutar un poco después de un mal rato es todo lo que necesito.
Luego de casi dos horas de concierto está cerrando con broche de oro con la canción Me porto bonito, que resuena aún más el Estadio.
A pesar de no poder estar dentro del concierto, puedo sentir esa energía, esa vibra de punchis, punchis que me eriza la piel. Siento que también estoy adentro disfrutando. Finalmente ha terminado el concierto con juegos artificiales, el cielo se pinta de colores luce, tan pintoresco y colorido el cielo nocturno mientras canto un poco mientras miro el cielo…
Y pienso en que ahora tengo que regresar a casa y aventarme otras cuatro horas de regreso, y más aún sabiendo que hay gente que quizá vallan a tomar las mismas rutas para llegar a sus destinos.
En camino a casa reflexiono cómo es que la molestia e inconformidad de los fanáticos del puertorriqueño los llevó hasta el límite. Las puertas cerradas del Estadio Azteca, los boletos que no pasaron el filtro de seguridad hizo que los fans afectados optaran por aplicar el famoso portazo, es decir, golpearon las puertas del inmueble para abrir las puertas e intentar ingresar a la fuerza al concierto. Y pienso cómo es que el fanatismo y la inconformidad pueden ocasionar este tipo de acciones y comportamientos.
A través de sus redes sociales comenzaron a viralizarse algunos videos de vandalismo que estaban cometiendo la mayoría de los asistentes que no pudieron ingresar, la furia de empujar y saltarse las rejas ante la autoridad de la CDMX.
Por otro lado, los trabajadores de eventos masivos, principalmente el personal de control de accesos que se encontraban en las puertas principales Tlalpan e Insurgentes, resultaron afectados. Sorprendidos y con miedo, temían por su integridad física y moral, por las acciones de los usuarios.
“Nosotros estábamos tranquilos, esperando respuesta para las personas que tenían problemas con sus boletos, para darles respuesta. Cuando de repente comenzaron a ponerse eufóricos y gritar ¡portazo, portazo, portazo!” mencionó Violeta, personal de control de accesos del inmueble.
“Yo sí recibí agresión física, una cachetada de una mujer de unos cuarenta y cinco años de edad, acompañado de palabras de enojo: -¡Por mí tragas!, realmente no era nuestra culpa. Entre todo lo que nos aventaban; orina en un vaso de cerveza, cayó encima de mí, así como agresiones morales que gritaban los usuarios. Temí por mi vida, porque era mucha gente contra nosotros los que damos la cara por la empresa”, añadió Carlos.
He llegado a casa, por fin después de un día agotador, ha llegado la hora de descansar y analizar todo lo que ha pasado esta noche, estuvo de locos este día. Mi madre me está esperando en casa del otro lado del zaguán, me espera preocupada, deseando que yo ponga el pie en la casa para poder platicar. Preocupada me pregunta ¿No te agredieron hija? ¿Estás bien?, le respondo que todo está bien, solo que fue un día demasiado explosivo. Al ver que estoy bien y escuchar que estoy bien, le da tranquilidad. Me dice que vaya a descansar, para que me relaje.
Ya es sábado 10 de diciembre, son las diez de la mañana, mi madre me ha venido a despertar para que suba a desayunar y como es costumbre platicarle todo lo que me ha sucedido. Lo primero que me pregunta es -¿Segura que no te hicieron daño aquellas personas que estaban molestas? ¿Qué fue lo que pasó realmente? ¿Quiénes tuvieron la culpa la empresa o las personas que revendían sus boletos?-. Mientras tanto, como y saboreo la rica birria de res al estilo Hidalgo que mi madre ha preparado, y mejor aún, acompañada de una coquita bien fría para que amarre. Comienzo a platicarle todo lo que me pasó el día anterior, seguido ella me dice que estaba aterrada porque había visto lo que estaba pasando en redes sociales, y estaba nerviosa por saber que yo estuviera bien. Entre plática y plática, ha mencionado que por qué no es bueno andar comprando con cualquier persona y me dijo:
-Al que madruga Dios lo ayuda y al que se deja lo apendejan-
Solté a reír porque es cierto, quizá suene mal, pero es cierto. Sin embargo, pienso que Ticketmaster no supo organizar bien su logística y vendió boletos por vender, entre más venda mejor para la empresa. Se le salió de las manos dejar que las personas pudieran comprar altas cantidades de boletos por persona, cuando debería ser un poco más controlado. Por otra parte, los revendedores friegan a quien se deja, a quien caiga en comprar boletos tan caros, y al no ser honestos con las personas que con esfuerzo e ilusión hacen hasta lo imposible por conocer a su artista favorito. También ellos son culpables por comprar varios boletos y dejar sin oportunidad a los fans, quizá es su negocio, pero que tengan un poquito de consideración. Mientras que los afectados, por caer en la garra de los revendedores, tienen la culpa y culpan a otras personas o empresas por las decisiones que toman.
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